20 de julio, lunes
Primer día de
vacaciones. Es extraño escribir el diario del viaje en casa, tan tranquilo en mi
escritorio. Hasta ahora los diarios tenían un letra precipitada y poco firme, escrita
apresuradamente en tabernas mal iluminadas, o entre traqueteos de los trenes y
autobuses que me llevaban a lugares insólitos.
Me he obligado
a escribir igual que me obligaba a vestirme como si fuera a la oficina cuando
teletrabajaba. Esta imposición me ayuda a situarme mentalmente. Estoy en casa,
pero entonces estaba trabajando, y ahora sigo en casa, pero estoy de viaje.
El primer día,
la aventura ha sido más bien retrospectiva. No he salido y he aprovechado para
poner un poco de orden en las fotografías que acumulo. Cuando iba por el mundo
con cámara analógica, con tres carretes cubría dos o tres semanas de viaje,
ahora, con la digital, puedo traer cien fotos por día. Eso significa tener
muchas carpetas y muchos archivos en el disco duro, a veces me imagino su
equivalente físico. Tendría una habitación o un pequeño almacén, seguro que
lleno de polvo, con álbumes, con cajas repletas de negativos. Recuerdos a los
que vuelvo sólo cuando no estoy creando otros nuevos.
Estuve
revisando las fotografías de Kazajistán, qué gran viaje: cientos de kilómetros desde
una ciudad futurista en medio de la estepa a los desiertos y las montañas del Sur,
pasando por la ruta de la seda y por las cenizas del gulag. Hasta que recibí
una videollamada de José. No la esperaba. Hablamos de cuando nos conocimos en Cabo
Verde, le conté mi vida reciente, mi decisión de no salir de casa. Creo que no
me entendió. Parecía preocupado.
21 de julio,
martes
Hoy tampoco he
salido. Al menos aquí puedo estar sin mascarilla. Anoche me quedé viendo una serie
hasta la madrugada, así que me he levantado tarde.
Tampoco tenía
prisa. He viajado hasta la cocina para ponerme un buen desayuno antes de
atreverme a buscar mi último diario de viaje. Como imaginaba, está incompleto.
No quise escribir durante mis últimos días en Cabo Verde.
No faltaba
detalle de los primeros. Del ambiente de Mindelo, con sus coloridas casas
coloniales donde se esconden bares con patios al aire libre y la música, y
Cesárea Évora, son omnipresentes. Ni de los días que pasé en Santo Antão. La vertiente
Oeste de la isla es desértica y ocre, hasta llegar a un desfiladero en el que regresa
la vegetación y desciende hasta la enorme playa negra de Tarrafal, y hasta el
mar. El Este es un paraíso senderista de valles, cráteres, costas escarpadas y
pueblitos, por donde vagué durante días.
El diario
termina en ni última noche en Santo Antão. Lo escribí bebiendo una cerveza
frente al mar. Al día siguiente tomaría el ferry a São Vicente y un vuelo a la
isla de Sal, donde teóricamente me esperaban un par de jornadas apacibles, de
buceo y de playa.
Todo cambió de
forma repentina. Había vivido ajeno a la pandemia que ya asolaba Europa. En
Cabo Verde aún no había casos, al menos confirmados, hasta que, aquel día, llegó
el pánico o la paranoia y se cerró el espacio aéreo. Cancelaron mi vuelo de
vuelta y, después de sopesar la alternativa de quedarme una temporada en la
isla, comencé una vorágine kafkiana en la que un posible vuelo de repatriación
aparecía y desaparecía, así como mi nombre de su lista de pasajeros. Entonces conocí
a José y a Milú de Funaná. Tras varios días angustiosos, una noche en el
aeropuerto de Las Palmas y un trayecto fantasmal en autobús desde Barajas, conseguí
llegar a Zaragoza. La experiencia me dejó un poco tocado.
22 de julio,
miércoles
Viajar por la
ciudad en la que vives es una experiencia curiosa. Zaragoza tiene sus atractivos
y en verano suele estar desierta, así que es fácil mantener la distancia social.
Para evitar el calor he salido temprano a perderme por el Casco Viejo. Hay
rincones con encanto si los sabes buscar. Restos de la ciudad romana, medieval
y renacentista, un tanto aislados, pecios urbanos de otra época: murallas, arquitectura
mudéjar, palacios de ladrillo.
Ha sido un viaje
agradable, aunque no sé si mañana volveré a salir. Quizá vaya al parque.
29 de julio,
miércoles
Hace una
semana que abandoné este diario. El día 23 había empezado sin grandes
novedades, parecía destinado a un viaje interior.
A mediodía
sonó el interfono. Era José.
- - ¿Qué haces tú aquí? – pregunté riendo.
- - - Vengo a secuestrarte.
Pensé en
resistirme, pero al comprender su gesto, al verle en persona, se despertaron en
mí las ansias de ver mundo que nos asaltan periódicamente a los viajeros empedernidos.
Ese espíritu se reveló con extraordinaria violencia contra los intentos de soterrarlo
que había mantenido durante meses.
- - ¿A dónde me llevas?
- Eso no importa.
José me había
hablado en Cabo Verde sobre su forma de viajar, en la cual la improvisación es
un pilar básico. Me pareció una alternativa óptima. Subí a su coche con lo
justo: mascarillas, gel hidroalcohólico y papel higiénico.
Ha pasado una semana
y hemos atravesado valles, páramos, cordilleras. Hemos visitado parques nacionales,
pueblos abandonados, castillos y torreones. Hemos frecuentado pensiones y bares
de un nuevo tipismo. De un tipismo embozado pero todavía libre. Dejándonos llevar
por el instinto y los acontecimientos conocimos a un georgiano y jugamos al mus
con un marqués. Hace dos días, alcanzamos las Rías Bajas.
Hoy me he
levantado con resaca, muy tarde. Ahora ya atardece mientras escribo este diario,
sobre la cubierta de un pesquero. Por eso la letra vuelve a ser precipitada y
poco firme. Creo que están preparando la cena. Huele a marisco, a salitre y a
aventura, y José, conchabado con los marineros, no ha querido decirme a dónde
vamos.
1 comentario:
Te está gustando este viaje eh!?!?!! ...lo sabía. Sé que tienes el cuerpo molido tras el hike de mas de 24 km por las montañas de Silesia con posterior “cervezada” que hicimos ayer. Pues... espabila que ya vamos al aeropuerto!! Jose
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