sábado, 16 de diciembre de 2017

Discurso en la boda de Zé Tubarao

No es fácil preparar un discurso para la boda de tu ex novia.

He tenido que emborracharme para hacerlo, cosa que siempre hago a disgusto.

Es cierto que no llegó a haber consumación, ni tocamientos, nunca nos atrajeron nuestros respectivos culos peludos.

Pero salíamos todos los viernes y sábados, nos emborrachábamos juntos, alguna vez incluso nos llamábamos por teléfono. Éramos novias, hasta que Judith se lo llevó… al huerto de Cuarte.

He de ser realista, sé que Judith tiene cosas que yo a Zé Tubarao no puedo ofrecerle: constancia, moderación, dos buenas razones… por no hablar de la casa con terraza, el pelo corto, su profundo amor… a los gatos.

Y, sin embargo, yo hace más tiempo que lo conozco. 30 años nada menos.  

Por aquel entonces, apenas un niño, Zé Tubarao ya era lo que las madres y padres de los demás llaman “una mala influencia”. Por pequeños detalles, como pedir a los reyes, estando en 1ª de EGB, un poster de Sabrina en pelotas.

En el colegio se hizo notar, no sólo por eso. También porque puso motes a todos, a los 40 que fuimos a la misma clase durante ocho años, muchos de los cuales estamos aquí. Sin llegar al extremo de FJG, que quería poner bombas en el colegio, era, sin duda, un zascandil y un alborotador. No obstante, fue un alumno aplicado, atendía en clases tan interesantes como la del Cocoloco, aunque no dejara sus manos quietas, e hizo grandes amistades con ilustres profesores: el Peruano, el Espada, JLF, Nati, el Piti, Carlos M. … que le tenían gran aprecio. De hecho me sorprende que no hayan venido a la boda.

Fuimos creciendo y, nadie sabe cómo, de repente... llegó la adolescencia. Zé Tubarao se dejó el pelo largo. Empezamos a salir… cayeron nuestros primeros tragos en el Javi Dary, un bar infausto en el que servían metanol a los niños a la vista de albóndigas prehistóricas, íbamos a, Green, donde pillaba más que Lorenzo Lamas, luego al rollo, a pasear nuestra cara… ya daba lo mejor de sí mismo.

Porque todos tenemos nuestras habilidades y virtudes y, a Zé Tubarao, aunque no lo pueda poner en el currículum… la farra se le da fetén.

Zé Tubarao es de las pocas aventajadas personas que pueden convertir una noche anodina en una juerga divertida y épica, diría también que memorable, pero solíamos ir tan guaza que recuerdos… pocos.

Por desgracia para nuestro disoluto grupo, sus inquietudes le llevaron a estudiar Comunicación Audiovisual en Pamplona, donde otros pudieron disfrutar de su genialidad mientras los anteriores, huérfanos de Zé Tubarao, entrenábamos para estar a la altura a su regreso.

No fue fácil, porque volvió convertido en una auténtica bestia de la noche. Lo atestiguan bares como el Corto Maltés, la Casa Magnética, el Época Dorada, la Pianola, la Recogida, y otros hoy desparecidos: el Desafinado, la Estación, el Hendrix, el Bisonte…

En aquella etapa, además de tajarse cual perra, empezó a viajar por el mundo, una de sus facetas más interesantes. Pasó por lugares tan recónditos como el lago Snagov, Cluj Napoia, Sarajevo, Belgrado, donde distraído con las tetas de la recepcionista a la que pidió información sobre la lavandería más cercana, es decir, por no prestar atención a lo que debía,  acabó deambulando durante horas por la ciudad con dos bolsas de ropa sucia al más puro estilo Paco Martínez Soria. Pasó también por el cortijo de Bertín Osborne, esKrotor, Skudra, en Albania, y allí nos rescató un ángel. Cruzó el Atlántico para ir a Cuba y a Brasil, donde en una ceremonia orishá fue bautizado con su actual nombre: Zé Tubarao. Fueron noches plagadas de gatinhas, redondos bundas y violentos adictos al crack. En aquel país dejó huella, y consiguió hazañas como ligarse a la única mujer que no era puta en una discoteca de Natal.

O si lo era, al menos, no le cobró.

En aquellos días, durante su madurez etílica, logró grandes gestas, como ser subcampeón mundial de alcoholismo, y si no consiguió más fue porque, como todos sabemos, no sabe atemperar.

Y es que, la liaba parda. Fue entonces cuando estuvimos más unidos, éramos novias, aunque las copas le transformaran con frecuencia en el diablo de Tasmania, un ser peligroso, imprevisible y abominable que sembraba el caos y supuraba alcohol por todos los poros de su piel.

Llegaba a extremos inauditos, como en la boda de El General, en el abismo de Cheum, Polonia. Allí, después de beber mucho vodka, territorio desconocido para él, aficionado a esa mierda dulzona llamada ron, no se conformó con tirar una copa al suelo sino que volcó una mesa de cristal repleta de ellas, además de arrojar a los supervivientes de la noche los pasteles del desayuno o de romperse un metacarpiano en un lago infame muchas horas y vodkas después de decir, solemnemente, cosiendo una bandera de España, que jamás sería el farolillo rojo de una boda.

Cuando se salía del tiesto, algo que sucedía con frecuencia, siempre tenía una palabra de disculpa, y una excusa gastada: que era víctima de su educación corazonista.

Porque Zé Tubarao siempre se ha definido como corazonista, ni rico ni pobre: colchonero, sibarita y Martínez, porque los Martínez, apechugan. Por no hablar de otro de sus lemas vitales: por qué vas a hacer las cosas bien cuando puedes hacerlas mal.

Ese es Zé Tubarao. Y así le queremos.

Recordaría otras jaranas locas, en Salou, en el local, el Woodstock del siglo XXI, en Sallent, donde se ventilaba los vinos caros de su padre y daba buena cuenta del pacharán del Tiay, pero me estoy extendiendo demasiado.

Por eso llego al momento en que conoció a Judith, en unas fiestas, precisamente en Sallent.

Agosto de 2009. Yo no estaba presente para luchar por nuestra relación. Y, ensimismado por los encantos y perjúmenes de Judith… Zé Tubarao me dejó.

He de reconocer que tuvo buen gusto. Judith es increíble. De hecho, jamás pensé que una persona que bebe tan poco… nos cayera tan bien.

Judith es divertida, espabilada, está buena, y le lleva por el buen camino. Con razón, y aunque me pese, nunca le he visto tan feliz.

Por eso, y a pesar de mis terribles celos, quiero proponer un brindis por los recién casados y por todas las farras que nos quedan por vivir. Sin olvidar, eso sí, otro de los lemas que han acompañado a Zé Tubarao a lo largo de su vida, la recomendación de los curas que ahora, en vistas a su vida conyugal, hacemos nuestra:

Fournier... no fornique.


Salud

2 comentarios:

Sergio DS dijo...

Un tópico, pero hasta las torres más altas acaban cayendo.

¡Viva los novios!
:)

Sr. Chinaski dijo...

Genial discurso, si no fuera tan moñas.

Aunque lo que más lamento es los efectos amnésicos del elemento primario, el alcohol. Las historias que deben faltar en vuestros discos blandos.

Sr. Chinaski