domingo, 1 de septiembre de 2013

Un día

Iba jodido de pasta. Cogí la pipa y bajé a un bar.
-          Dame todo lo que tengas.
-          Capullo, acabo de abrir.
Abrió la caja y me enseñó su contenido: monedas para cambios. Miré el equipo de música, no era gran cosa.
-          Joder.
Me senté en la barra y le pedí un whisky, el mejor que tuviera. Por lo menos…
Parecía un buen tipo, me jodió haberle apuntado con mi pistola. El whisky estaba muy bueno, era un Glenfiddich 12 años. Entonces le conté mi vida. Le dije cómo escapé del psiquiátrico, cómo tuve que dejar allí a la única mujer que me había amado por un mal sueño de libertad. Era un tipo comprensivo y me puso la mano en el hombro. Él también me contó algunas historias. Tenía carisma. Enjuto, pelo gris y largo. Con cierto parecido a Bob el de Twin Peaks, pero sin la locura y la maldad en sus ojos. La voz cavernosa. Pensé que podíamos ser amigos. Seguía sin un puto duro en el bolsillo, ahora me daba igual. El whisky era bueno, la conversación mejor. Llegó un hombre para tocar la guitarra. Joder. Impresionante. Como el jodido Hendrix, como el jodido Paco de Lucía. La diferencia es que él tocaba el dobro. El camarero cantaba con su voz ajada. Qué placer. Entonces, cuando estaba abstraído por la música, lejos de todos mis problemas en un valhalla etílico, ese camarero amable me reventó una botella de Marie Brizard en la cabeza.
Cuando desperté estaba en una ambulancia y me lo tomé muy mal. Casi era mi amigo. Cogí al enfermero y le rompí el cuello. Cogí al conductor y le rajé con una jeringuilla. Nos dimos una buena hostia.

Y ahora estoy esperando en el corredor de la muerte. He pedido oír por última vez a Johnny Cash. I walk the line. Y me pregunto si cuando enciendan la silla llegaré a oler cómo se chamusca mi carne.