miércoles, 26 de octubre de 2016

Lobo de bar y su epopeya infame (Parte 2 de 9)

Para aprovechar los excesos de adrenalina y energía inherentes a la excitación derivada del inicio de su epopeya, Lobo de Bar decide comenzar por una prueba que exija un importante esfuerzo físico. En concreto, después de dar buena cuenta de una de las botellas de Wild Turkey traídas por el Dr. Strangelove, sopesadas diferentes alternativas, decide hacer llorar a Spiderman.
No es que Lobo de Bar sea muy dado a hacer llorar a la gente, es más proclive al fomento de la alegría, el desenfreno y el alborozo; mas tampoco es nuevo en tal cometido, y si tiene que provocar las lágrimas de alguien, mejor que sean las de un superhéroe, gremio por el que siente una animadversión no muy acorde con su habitual filosofía del “vive y deja vivir”.
- Es que, como bien sabes narrador omnisciente, los superhéroes me sacan de quicio: son odiosos, prepotentes, falsariamente humanos, paternalistas... y tienen un terrible gusto en el vestir.
- Pero, han salvado al mundo en innumerables ocasiones.
- De peligros creados casi siempre por ellos mismos.
- Eso no es del todo cierto. Y, además, tienes con los superhéroes no pocos rasgos en común, como por ejemplo tu doble y artificiosa vida, o tu afición por destrozar el mobiliario público.
- Que te jodan, narrador de los c*jones.
- No sé, Lobo de Bar, me preocupo por tu reputación. Tras tus aciagos enfrentamientos con Superman y con Batman, ahora vas a por Spiderman... eso no les va a gustar a muchos, es muy impopular.
- Me da igual.
- ¿No te estarás convirtiendo en un supervillano?
- Agárremela con la mano.
El pobre recurso que utiliza Lobo de Bar para no darme una verdadera respuesta me hace comprender que no desea perder su valioso tiempo argumentando. Sería inútil insistir, seguiremos sus pasos en silencio.
- Mejor.
Aunque lo de “pasos” no es del todo exacto, porque el goliardo avanza exprimiendo al máximo las capacidades mecánicas de una tosca bicicleta urbana de alquiler, lo que además de medio de transporte, también le sirve como ejercicio de entrenamiento y puesta a punto para su futura carrera contra Usain Bolt.
Contraviniendo los términos del contrato y las ordenanzas de circulación, Lobo de Bar se aleja de los límites de la metrópoli para adentrarse en un bosque, primero por un tortuoso camino, luego campo a través, y no sin dificultad, ya que la bicicleta, además de tener las ruedas demasiado pequeñas ante el tamaño de los baches, es asaz pesada y poco versátil para todo lo que no sea circular por un terreno bien asfaltado, recto y cuesta abajo.
El goliardo opta por abandonar el vehículo y depositarlo en el suelo sin mucha delicadeza a la voz de “a tomar por el culo”. No teme represalias por los daños provocados en el trasto porque lo alquiló con el carnet de otro. En pie, mira a su alrededor. El aire del bosque es puro y limpio y su aroma no se parece en nada al de los ambientadores con olor a pino, árbol predominante en la zona. Se enciende un cigarro.
Que haya venido a este pinar no es un hecho casual. Tenía información privilegiada. Un viejo amigo, afanoso recolector de hongos, solía frecuentar tal bosque antes de que le encerraran en el trullo por espolvorear setas de la risa en la comida del geriátrico donde trabajaba como cocinero, y le había contado que, en no pocas ocasiones, había tenido encuentros con Spiderman, al parecer aficionado al retiro campestre cuando no estaba ocupado en enfrentarse a malhechores absurdos, pagarle refrescos carbonatados a Mary Jane o en llevar su pijama a la tintorería. La afición por los psicotrópicos de su amigo no le convertía en la fuente más fiable, pero no tenía otra mejor.
Lobo de Bar camina por el bosque, atento a la orografía, la posición del sol y el desarrollo del musgo para no perderse. Ameniza su paseo con tientos a una botella de pacharán que compró por el camino, ya que una parte indefectible de su gesta es enfrentarse a las pruebas con un grado de embriaguez considerable. En concreto, en la letra pequeña de las condiciones dice que el espíritu de Miss Howley puede aparecerse en cualquier momento para efectuar una prueba de alcoholemia que, de mostrar un nivel inferior a dos miligramos por litro de sangre, implicaría la suspensión inmediata del reto con el resultado de “no superado” o, lo que es lo mismo dicho con épica y mal gusto, de “clamoroso fail”.
No es de extrañar que, con tamaña borrachera, Lobo de Bar no emplee bien sus recursos orientativos y esté dando vueltas incongruentes por el bosque. En cualquier caso, disfruta de su incursión en lo salvaje: ve unos ciervos, un jabalí, pajarillos, alguna extraña flor y no pocos preservativos usados, ya que no se halla lejos de una rotonda de la carretera de circunvalación donde trabajan varias meretrices por turnos para solaz de camioneros y otros conductores, y no es extraño que vendedoras y clientes se internen en la floresta para perpetrar los actos coitales contratados.
Inopinadamente, el goliardo oye unos gritos agudos y advierte, al mirar en la dirección de donde cree que proceden, un extraño brillo entre dos árboles. Se trata de una gigantesca tela de araña en la que ha caído atrapada una ardilla roja, la cual se debate con exasperación entre la vida y la muerte. Lobo de Bar se aproxima al lugar de la captura todo lo sigilosamente que su cogorza le permite, que no es mucho. Al llegar a las inmediaciones de la tela ve como el mítico hombre araña, después de descender con circense agilidad desde las alturas del árbol, rescata al afligido roedor y lo acaricia delicadamente.
- Pobrecita ardilla, pobrecita ardilla - murmura el superhéroe.
- ¿Y qué pretendía cazar con semejante telaraña? – bocea Lobo de Bar, desde debajo.
- Oh – Spiderman no parece sorprendido ni alarmado por la presencia de Lobo de Bar -, nada, a veces las pongo por distracción.
- Bueno, tenga más cuidado la próxima vez, sólo espero que no caiga en sus redes ninguna especie protegida.
- No, no, no se preocupe. ¿Acaso es usted guarda forestal?
- No exactamente. No nos hemos presentado. Me llamo Lobo de Bar, usted es Spiderman, supongo.
- Así es pero, por favor, tutéame.
- De acuerdo, Spiderman, tú también puedes tutearme.
- Gracias.
- Me había hecho a la idea, al parecer errónea, de que eras un personaje eminentemente urbano.
- Ay – Spiderman suspira – la vida en la gran ciudad acaba por ser agobiante, de vez en cuando siento la llamada de la naturaleza.
- ¿Por los efectos animalizadores de la picadura de la araña?
- No, yo creo que la llamada de la naturaleza se debe más a mi romántico espíritu que a los instintos de mi lado arácnido.
- Vaya, vaya. ¿Sabes? Quizá no venga al caso, pero mi hermano siempre ha sostenido que tu historia, con ese rollo de la picadura de la araña radioactiva y toda esa mierda es bastante infantiloide y estúpida. A nuestro tío Venancio una vez le picó una araña en los genitales y la verdad es que no obtuvo superpoderes, salvo que se considere un superpoder que se te inflen las pelotas como si fueran balones suizos en medio de terribles dolores para dejar a posteriori, al reducirse la hinchazón, un escroto flácido y descomunal que, imposible de esconder, siempre asomaba por debajo de la pernera de sus pantalones. Es verdad que a ti no te picaron en los testículos y que la araña a la que me refería no era radiactiva, pero la diferencia de resultados es realmente llamativa e incita al escepticismo.
- Bueno, no sé qué decir, debo de tener mucha suerte.
- Está claro. Espero no estar ofendiéndote, sólo te transmito algunas observaciones de mi hermano, que suele ser muy crítico y que, sospecho, te tiene algo de tirria.
- ¿Era fan de algún otro superhéroe?
- En realidad no. Creo que detesta a todos los superhéroes.
- Es que me pasa mucho. Eso de que me ninguneen porque prefieren a otros, digo.
- No me extraña, desde luego, hay superhéroes mucho más populares: Superman, Batman, el Chapulín Colorado, y si atendemos a la recaudación de las películas, te superan Los Vengadores en conjunto y, por separado, también Iron Man y el Capitán América.
- Bueno, en la última del Capitán América también salía yo.
- En un papel muy secundario... pero no te des mal, Spiderman, el público es caprichoso y, no pocas veces, injusto.
- Gracias por tu consuelo, señor de Bar.
- Y no me detendré ahí, permíteme que te ofrezca un poco de pacharán casero.
El presunto superhéroe desciende por la tela y, bocabajo, con gesto conmovido, acepta la botella que le extiende el goliardo.
- Lo que sí debe ser deprimente – continúa Lobo de Bar - es que, para representarte en pantalla grande eligieran a Tobey Maguire, el cual tan bien encajaba como patán apocado y sudoroso en Miedo y asco en Las Vegas y que, desde luego, no es Christian Bale, ni George Clooney, ni Christopher Reeve, ni Hugh Jackman, ni Robert Downey Jr... ni siquiera Ben Affleck.
- No sé a dónde quieres llegar.
- A que tiene que ser un poco duro que te vean como a un freak timorato y sin grandes virtudes en vez de como a los buenorros machos alfa fornicadores que representan a la mayoría de los superhéroes.
- Nunca lo había visto así.
- Tampoco tiene importancia. No te deprimas, Spiderman.
- Si yo no estoy deprimido.
- No te preocupes, tú sigue ahogando las penas conmigo, así se hacen más llevaderas, toma otro trago de este delicioso pacharán.
Comienza a sospechar, Spiderman, que su interlocutor no es un individuo cualquiera que pasaba por allí. Teme que se trate de un nuevo enemigo que ha ido ex profeso a aniquilarle con enrevesados juegos mentales, aprovechando que, en realidad, además de poco viril, tampoco es muy listo. Lo peor de todo, se dice, es que quizá esté consiguiendo su objetivo, porque la desazón y la tristeza empiezan a dominar su espíritu.
- Seguro que te sientes mejor después de ese trago.
- La verdad es que no mucho.
- Pues no te cortes, sigue dándole al pimple. Con unos buenos lingotazos será más fácil sobrellevar el que tengas que ver tu patética imagen ante el espejo cada mañana, sobre todo cuando llevas ese lamentable traje elástico que ni siquiera resulta original, ya que mezcla de los colores de Supermán, con la máscara de los luchadores mexicanos y un estilismo de la sección de pijamas del Stradivarius.
- ...
- Bebe, bebe, Spiderman, también así olvidarás los sinsabores de tu relación con Mary Jane a la cual, por cierto, vi el otro día en el pornotube protagonizando un torrencial bukake multiétnico con no menos de dos docenas de hombres.
- Eso no es cierto. ¡Basta!, Lobo de Bar – le devuelve la botella.
Una lágrima está a punto de escapar del ojo de Spiderman. El superhéroe se contiene, no puede dejarse llevar, millones de fans le contemplan. Salta desde su tela para propinarle una patada en el pecho a Lobo de Bar, al que pilla desprevenido.
- Sé lo que pretendes, traicionero charlatán, ¡pero no podrás conmigo!
- Spiderman, por el amor de Dios, ¿qué haces? Yo sólo intentaba entablar una conversación puramente amistosa. Perdóname si los comentarios de mi escéptico hermano te resultan hirientes. Creo que estás pagando tus inseguridades conmigo, y eso no es justo...
- ¡Cállate! Tus lamentos y juegos verbales no funcionarán.
- ... ¿qué diría tu íntegro tío Ben, difunto por tu egoísmo y negligencia, al respecto?
- Basta, ¡basta!
Se tiraría de los pelos el presunto superhéroe, mas la máscara se lo impide. Dirige su furia hacia Lobo de Bar que, incapaz de reaccionar a tiempo por sus excesos etílicos, recibe un mediocre puñetazo arácnido en el pómulo.
- ¿Eso es todo lo que eres capaz de hacer, nenaza?
Lobo de Bar se abalanza sobre Spiderman y le da un impetuoso cabezazo en la boca del estómago que casi le deja fuera de combate. El adulto con máscara y colorido pijama trata de reponerse y, para ganar tiempo, lanza por su muñeca una telaraña que atrapa al goliardo.
Se revuelve, Lobo de Bar, en la pegajosa red, por unos segundos se cree derrotado, pero consigue sacar un zippo de su bolsillo y con una cuidadosa utilización de su llama se libera. Spiderman, sensible a los golpes en la boca del estómago, el aguardiente anisado y a las críticas, está vomitando junto a un árbol.
“Estás hecho mierda, Spiderman”, dice Lobo de Bar, aproximándose, y el vergonzoso superhéroe no puede o no quiere reaccionar. El goliardo le asesta un contundente botellazo cuando levanta la cabeza para mirarle con expresión compungida. Cae Spiderman al suelo y Lobo de Bar, enfurecido por la pérdida del pacharán, pues la botella se ha roto, se coloca sobre él.
- Yo sólo quería hacerte llorar. ¿Vas a llorar, Spiderman?
- Nunca, soy un superhéroe de la Marvel.
El hombre araña espera que Lobo de Bar intente golpearle y está preparado para contraatacar. No sabe que el goliardo es un hombre de recursos. De su bolsillo del vaquero saca un pequeño bote de salsa que siempre lleva encima para casos de emergencia relativos a alimentos no lo suficientemente condimentados. Se trata de un botecito de salsa de chile habanero. Lo abre y lo introduce en la boca de Spiderman.
- ¿Te gusta el picante, arañita?
- ...
Apenas derrama unas gotas del casi agotado recipiente. Spiderman, con curiosidad e imprudencia, las saborea. No lo vemos por la dichosa máscara, pero su rostro y su cuello se congestionan: se ponen rojos, morados, se hinchan, y su cabeza parece estallar por sus ojos en un incontenible llanto que desborda la infantil máscara.
Lobo de Bar se pone en pie, victorioso, observa cómo Spiderman llora desconsolado. Encara el horizonte, teñido por la luz crepuscular pero, antes de irse, se da la vuelta y se despide del humillado hombre araña:
- No quiero ser cruel, arañita, pero más terrible será tu llanto cuando la irritante capsaicina del pimiento, tras un largo viaje por tus sobrehumanos estómago e intestinos, llegue a tu heroico recto.

jueves, 20 de octubre de 2016

Lobo de bar y su epopeya infame (Parte 1 de 9)

Las aspas de un vetusto ventilador de techo giran. Apenas consiguen remover el ambiente plomizo de la canícula. Amenaza ruina el mugroso e inconstante aparato, pero Lobo de Bar no parece preocupado por el instrumento de Damocles. Está sentado en una mecedora, vencido por el alcohol y el tedio. La televisión sintoniza informe semanal. Por lo visto, un reciente estudio de la Universidad de Upsala demuestra que las flatulencias y eructos de la cabaña de ganado bovino mundial son el principal causante del cambio climático. Ya hay movimientos de protesta por todo el globo que llaman a la aniquilación de los rumiantes y abogan por una nueva dieta sostenible basada en el tofu, el ñame y las acelgas.
Lobo de Bar, un bigardo de más de doscientas libras cercano a la treintena, con barba y aspecto cimarrón, no atiende a las noticias. Apenas consigue mantener la conciencia y todo el esfuerzo del que es capaz su castigado cuerpo lo dedica a sostener en la mano un vaso medio vacío de whisky barato, con los hielos ya diluidos, hasta que sus dedos comienzan a ceder y aflojan la presa, la cual termina cayendo al suelo. No se rompe el vaso, mas el ruido del impacto le despeja y ve cómo el licor de baja calidad y sin embargo preciado se derrama por la alfombra.
El goliardo se pone en pie, tambaleante, y blasfema:
- Me cago en el cordero de Dios, las vacas sagradas de la India – esto quizá por la influencia en su inconsciente del reporte de informe semanal –, el toro apis y todos los gatos de Egipto.
Para Lobo de Bar, el desaprovechamiento de cualquier gota de licor, por muy funesto que éste sea, constituye una ignominia, y en un momento de agudo pesar cercano a la depresión como el que vive, se transforma en una tragedia. Se rasga las vestiduras, grita amargamente, clama a los cielos, vuelve a la mecedora y adopta una postura deudora del pensador de Rodin, aunque cargada de pesadumbre. Cuando colige su sobreactuación se reprende con dureza: no es su estilo. Consigue sobreponerse, recoge el vaso vacío del suelo y se arrastra hasta el mueble bar para rellenarlo con el nefasto whisky que le queda tras una borrachera demente arrastrada durante días, el whisky que trajo un mal amigo como aportación para la fiesta que inauguró hace ya casi una semana su más reciente espiral autodestructiva.
Tremoso, da un sorbo al brebaje, y no puede reprimir un gesto de disgusto al apreciar su nefando sabor, distinguible incluso para su paladar enajenado por seis días de abuso compulsivo de alcohol, drogas y tabaco en sus más variadas representaciones.
Atraviesa la ventana con la mirada. Al otro lado aparece la noche. Desorientado, baja sus ojos. Viendo el balcón recuerda una miniserie italiana en la que uno de sus protagonistas se arroja inopinadamente al vacío en nochevieja, mientras los fuegos artificiales salpican el cielo. Hoy no hay fuegos artificiales, tampoco estrellas, apenas luce la luna, oculta entre tenebrosas nubes.
Sus pensamientos son demasiado negativos, quizá necesite ayuda. Coge el teléfono. No va a llamar al teléfono de la esperanza. Tampoco pedirá al teletienda el libro “Fuerza para vivir”, que promocionaba en surreales anuncios Donato Gama da Silva. Piensa en llamar a alguno de sus amigos. Duda antes de marcar un número. Los mejores goliardos de su generación cayeron en las redes de la insania, y los demás, es decir, la mayoría, se han adocenado en vidas previsibles y tranquilas. Ya no responden a los requerimientos de sus viejos colegas. Probablemente dominados por su espíritu sobreviviente han dejado atrás las experiencias al límite para convertirse en buenos maridos y en buenos padres, en individuos respetados o cuando menos admitidos en la sociedad biempensante que antes detestaban. Como el Príncipe Hal pero en cutre.
Por fin, marca el teléfono del Dr. Strangelove, hombre de avanzada edad y remarcable degeneración, crítico de cine, experto en sexo tántrico y patafísico nuclear, mentor y apoyo para todos los goliardos del mundo.
El Dr. Strangelove acude raudo a la cueva de Lobo de Bar. Domina la estancia con su larga figura – más de metro noventa – y su carisma de hombre viajado, misterioso y buen conversador. Ha traído refuerzos: dos botellas de Wild Turkey. Se sirve en un vaso que ha rescatado de la fregadera. Lobo de Bar le observa a contraluz, hipnotizado por el aura de su deslumbrante melena blanca.
- Tu resaca es grave – dice el sabio – tanto que no consigues mitigarla con el renovado flujo de alcohol de tu sangre, y te está abismando en pensamientos oscuros.
- Doctor, lo sé. Es cierto que en los últimos seis días me he excedido en la matanza de neuronas y mi sufrido cuerpo protesta. Sin embargo, esta desazón no es nueva. Hace mucho que siento una grave pérdida de ilusión y de esperanza. Mis borracheras ya no son lo divertidas que eran, y las resacas resultan cada día más letales en lo anímico.
- No eres un amateur, Lobo de Bar. Sabes que la vida tiene sus altibajos, más acusados para dipsómanos como nosotros. Ahora estás en el nadir. Eres un crápula y siempre has sabido disfrutar de la vida. Confía en ti mismo. Llegarán tiempos mejores.
- Tus palabras no me ofrecen consuelo. Te comprendo, sé que tienes razón…
- …pero eres impaciente.
- Sí, y no sólo eso, también siento que he probado ya todos los cálices.
- Eso es mucho decir.
- He visto amanecer más de mil veces tras noches de farra de lo más bizarro, en los cinco continentes, he admirado infinidad de maravillas de la naturaleza y del arte de los hombres, no he sido ajeno a los más variados placeres de la carne…
- Has visto naves de ataque en llamas más allá de Orión, Rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Jajaja. Conozco tu vida y obras, Lobo de Bar, y son notables, sin duda, pero siempre hay algo más.
- ¿El qué?
- Cada experiencia, cada borrachera, cada viaje, cada mujer, son nuevas e irrepetibles.
-
- Tranquilo, Lobo de Bar, elimina la incredulidad de tus ojos, sé que no me has llamado para que te ofrezca un discurso filosófico, ni para que te recomiende temperancia. Eres un cabrón ansioso, te consumes en tu inconstante e insaciable hambre por la vida, eso será tú perdición, un día. Pero antes de que ese día llegue, sé que eres capaz de grandes cosas y siento curiosidad por verte en acción. Tranquilo. Jajajaja. Te daré un remedio para tus pesares. Jajajaja.
La risa profunda y limpia del Dr. Strangelove retumba en la habitación. Lobo de Bar se sirve un Wild Turkey expectante, sin perder de vista al viejo patafísico. Observa cómo apaga la televisión y enciende el tocadiscos. Suena When the music is over. El doctor, con el vaso en la mano, da un paso hacia delante, dos hacia atrás, inicia un baile que no se aprenderá en ninguna escuela: lento, inarmónico, demencial, y se enciende un habano. Al ver la mirada sorprendida de Lobo de Bar vuelve a reír estruendosamente. Se pone unas gafas de sol. Salta. Gira sobre sí mismo. Se mueve como un chamán de otro continente y de otro tiempo, otro salto, comienza a desfilar a trompicones y Lobo de Bar espera que forme círculos, pero lo que dibuja en el suelo es la figura de una mano con todos los dedos recogidos salvo el corazón, enhiesto.
De súbito, precisamente sobre la punta del imaginario dedo corazón aparece un pilar en llamas y, sobre él, San Bukowski en la postura del loto, rodeado de doce tardoadolescentes voladoras con los pechos al aire que vierten oporto en su gaznate y le acarician. Con un gesto sutil de su mano ordena a sus angelicales groupies que dejen de ofrecerle bebida y se centren en sus afectuosos tocamientos para poder hablar.
- Buenas noches Dr. Strangelove, buen amigo, buenas noches Lobo de Bar, fiel y más que digno seguidor - dice.
- Me alegro de verte San Bukowski, y siento interrumpir tu etílico reposo eterno – responde Strangelove.
- Sin ceremonias, doctor.
- Has empezado tú, jajaja.
- Mea culpa entonces.
El Dr. Strangelove sonríe y se sienta en una silla destartalada.
- Verás. Supongo que los inconmensurables placeres de los que disfrutas en tu gozosa vida eterna han impedido que prestes atención a las últimas vivencias de nuestro colega aquí presente, Lobo de Bar.
- ¿A qué te refieres? Es verdad que muero rodeado de distracciones, pero no soy ajeno a las múltiples y memorables aventuras de este canalla – guiña el ojo al interfecto.
- Últimamente, este intrépido goliardo anda algo alicaído. No encuentra alicientes, cree que lo ha vivido casi todo.
- Jajaja. Lobo de Bar, cierto es que has vivido mucho. Has sido campeón mundial de alcoholismo, subiste los cinco puntos del Machu Picchu en un solo día, has amado a muchas mujeres, te cargaste a Batman en buena lid después de atravesar un desierto, diste el segundo mejor discurso de boda de la historia… pero me sorprende que estés tan decaído. Puedes llegar mucho más lejos. Tienes imaginación.
- San Bukowski, es cierto que mis borracheras me han llevado por caminos inimaginables para la mayoría y que me he divertido y disfrutado como pocos. Sin embargo, últimamente he sufrido varias juergas rutinarias e insatisfactorias.
- Te comprendo Lobo de Bar, yo también he pasado por eso, y el Dr. Strangelove, claro, por eso se ríe, y muchos otros, pero eso ya lo sabes, y si el Dr. Strangelove me ha invocado, es seguro porque necesitas un revulsivo. ¿Me equivoco doctor?
- En aboluto.
- Jajaja, lo sabía. Refrescadme la boca, huríes, ya apenas noto el sabor del oporto en mis fauces – las ángeles satisfacen sus deseos - . Bien, Lobo de Bar, pues aquí está mi reto, y no será un reto único sino múltiple, porque hoy me siento deudor de los clásicos y, como a Heracles, te voy a encomendar doce pruebas para que demuestres tu valía y para darte la oportunidad de obtener un lugar a mi lado en el nirvana.
- Eres el puto amo, San Bukowski.
- No te emociones tanto, Lobo de Bar, vas a sudar whisky y, si fallas, fenecerás en el anonimato de los bebedores vulgares.
- Desconozco el miedo ante retos de este cariz.
- Jajaja. Nunca te has enfrentado a un reto como éste.
- ¿Qué tengo que hacer, idolatrado San Bukowski? Me inflamo de ganas por comenzar.
- Entonces ya hemos conseguido algo: matar al spleen.
- ¡Por Satán! ¿Qué tengo que hacer?
- Respira goliardo. Te lo digo ya. Si quieres tener plaza a mi vera en el paraíso debes viajar a algún sitio no pisado por el tío Matt, robar los gayumbos de Pablo Iglesias, vencer en una carrera a Usain Bolt, follarte a una pija, matar a un animal mitológico, hacer llorar a Spiderman, limpiar los establos y la sonrisa de Carlos Baute, visitar el inframundo y volver, establecer un récord Guinness absurdo, recuperar la amistad de Splinter, asistir impasible a un concierto de Gogol Bordello y recitar de memoria el poema de Mio Cid en castellano antiguo y borracho.
- No es poca tarea.
- ¿Te amilanas?
- En absoluto. ¿Cómo certificaré mis hazañas? ¿Estarás tú, San Bukowski, vigilando omnipresente?
- Para nada. Tengo mucho que hacer y no eres tan importante. El espectro de Miss Howley, la cronista de los chochomiles, se encargará de certificar tus éxitos.
Mira Lobo de Bar hacia el Dr. Strangelove, que asiente. El goliardo respira hondo e, inhibido por el ansia, prosaicamente, dice:
- Manos a la obra.

lunes, 17 de octubre de 2016

El Premio desfase y los goliardos

Hace unos meses, los goliardos vimos con buenos ojos e ilusión la convocatoria de un concurso en la editorial LCLibros llamado Premio Desfase, ya que no hay nada que se nos dé mejor que entregarnos a los excesos, también literarios. El premio buscaba originalidad y transgresión, requería mentar en algún punto los gayumbos de Pablo Iglesias y se entregaba el mismo día que el premio Planeta, para destacar su carácter gamberro y outsider.

Sin dudarlo, nos pusimos al tajo y escribimos una delirante nouvelle entre trago y trago de tal forma que, de conseguirlos, los 500€ del premio ni siquiera alcanzarían a compensar el coste etílico de su redacción.

Hoy ya sabemos que nuestra historia no resultó ganadora y ni siquiera quedó entre las siete finalistas, todas ellas publicadas en la editorial al módico precio de 8€ (o a 3€ cada una si se compran por separado). Para que la derrota fuera perfecta, a los goliardos nos hubiera gustado que únicamente se presentaran ocho obras al concurso: las siete finalistas y la nuestra, pero al parecer hubo alguna más.

En cualquier caso, por si alguien tenía alguna duda, queda claro que los goliardos estamos en la marginalidad más absoluta, más allá incluso de una editorial y un premio en las antípodas de lo comercial. Y también, como no, que somos unos magníficos perdedores.

Para celebrar nuestra derrota daremos vidilla a este blog últimamente agonizante con la publicación del relato en fascículos.

El título es:

Lobo de Bar y su epopeya infame.