Las aspas de un vetusto ventilador de techo giran. Apenas consiguen remover el ambiente plomizo de la canícula. Amenaza ruina el mugroso e inconstante aparato, pero Lobo de Bar no parece preocupado por el instrumento de Damocles. Está sentado en una mecedora, vencido por el alcohol y el tedio. La televisión sintoniza informe semanal. Por lo visto, un reciente estudio de la Universidad de Upsala demuestra que las flatulencias y eructos de la cabaña de ganado bovino mundial son el principal causante del cambio climático. Ya hay movimientos de protesta por todo el globo que llaman a la aniquilación de los rumiantes y abogan por una nueva dieta sostenible basada en el tofu, el ñame y las acelgas.
Lobo de Bar, un bigardo de más de doscientas libras cercano a la treintena, con barba y aspecto cimarrón, no atiende a las noticias. Apenas consigue mantener la conciencia y todo el esfuerzo del que es capaz su castigado cuerpo lo dedica a sostener en la mano un vaso medio vacío de whisky barato, con los hielos ya diluidos, hasta que sus dedos comienzan a ceder y aflojan la presa, la cual termina cayendo al suelo. No se rompe el vaso, mas el ruido del impacto le despeja y ve cómo el licor de baja calidad y sin embargo preciado se derrama por la alfombra.
El goliardo se pone en pie, tambaleante, y blasfema:
- Me cago en el cordero de Dios, las vacas sagradas de la India – esto quizá por la influencia en su inconsciente del reporte de informe semanal –, el toro apis y todos los gatos de Egipto.
Para Lobo de Bar, el desaprovechamiento de cualquier gota de licor, por muy funesto que éste sea, constituye una ignominia, y en un momento de agudo pesar cercano a la depresión como el que vive, se transforma en una tragedia. Se rasga las vestiduras, grita amargamente, clama a los cielos, vuelve a la mecedora y adopta una postura deudora del pensador de Rodin, aunque cargada de pesadumbre. Cuando colige su sobreactuación se reprende con dureza: no es su estilo. Consigue sobreponerse, recoge el vaso vacío del suelo y se arrastra hasta el mueble bar para rellenarlo con el nefasto whisky que le queda tras una borrachera demente arrastrada durante días, el whisky que trajo un mal amigo como aportación para la fiesta que inauguró hace ya casi una semana su más reciente espiral autodestructiva.
Tremoso, da un sorbo al brebaje, y no puede reprimir un gesto de disgusto al apreciar su nefando sabor, distinguible incluso para su paladar enajenado por seis días de abuso compulsivo de alcohol, drogas y tabaco en sus más variadas representaciones.
Atraviesa la ventana con la mirada. Al otro lado aparece la noche. Desorientado, baja sus ojos. Viendo el balcón recuerda una miniserie italiana en la que uno de sus protagonistas se arroja inopinadamente al vacío en nochevieja, mientras los fuegos artificiales salpican el cielo. Hoy no hay fuegos artificiales, tampoco estrellas, apenas luce la luna, oculta entre tenebrosas nubes.
Sus pensamientos son demasiado negativos, quizá necesite ayuda. Coge el teléfono. No va a llamar al teléfono de la esperanza. Tampoco pedirá al teletienda el libro “Fuerza para vivir”, que promocionaba en surreales anuncios Donato Gama da Silva. Piensa en llamar a alguno de sus amigos. Duda antes de marcar un número. Los mejores goliardos de su generación cayeron en las redes de la insania, y los demás, es decir, la mayoría, se han adocenado en vidas previsibles y tranquilas. Ya no responden a los requerimientos de sus viejos colegas. Probablemente dominados por su espíritu sobreviviente han dejado atrás las experiencias al límite para convertirse en buenos maridos y en buenos padres, en individuos respetados o cuando menos admitidos en la sociedad biempensante que antes detestaban. Como el Príncipe Hal pero en cutre.
Por fin, marca el teléfono del Dr. Strangelove, hombre de avanzada edad y remarcable degeneración, crítico de cine, experto en sexo tántrico y patafísico nuclear, mentor y apoyo para todos los goliardos del mundo.
El Dr. Strangelove acude raudo a la cueva de Lobo de Bar. Domina la estancia con su larga figura – más de metro noventa – y su carisma de hombre viajado, misterioso y buen conversador. Ha traído refuerzos: dos botellas de Wild Turkey. Se sirve en un vaso que ha rescatado de la fregadera. Lobo de Bar le observa a contraluz, hipnotizado por el aura de su deslumbrante melena blanca.
- Tu resaca es grave – dice el sabio – tanto que no consigues mitigarla con el renovado flujo de alcohol de tu sangre, y te está abismando en pensamientos oscuros.
- Doctor, lo sé. Es cierto que en los últimos seis días me he excedido en la matanza de neuronas y mi sufrido cuerpo protesta. Sin embargo, esta desazón no es nueva. Hace mucho que siento una grave pérdida de ilusión y de esperanza. Mis borracheras ya no son lo divertidas que eran, y las resacas resultan cada día más letales en lo anímico.
- No eres un amateur, Lobo de Bar. Sabes que la vida tiene sus altibajos, más acusados para dipsómanos como nosotros. Ahora estás en el nadir. Eres un crápula y siempre has sabido disfrutar de la vida. Confía en ti mismo. Llegarán tiempos mejores.
- Tus palabras no me ofrecen consuelo. Te comprendo, sé que tienes razón…
- …pero eres impaciente.
- Sí, y no sólo eso, también siento que he probado ya todos los cálices.
- Eso es mucho decir.
- He visto amanecer más de mil veces tras noches de farra de lo más bizarro, en los cinco continentes, he admirado infinidad de maravillas de la naturaleza y del arte de los hombres, no he sido ajeno a los más variados placeres de la carne…
- Has visto naves de ataque en llamas más allá de Orión, Rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Jajaja. Conozco tu vida y obras, Lobo de Bar, y son notables, sin duda, pero siempre hay algo más.
- ¿El qué?
- Cada experiencia, cada borrachera, cada viaje, cada mujer, son nuevas e irrepetibles.
- …
- Tranquilo, Lobo de Bar, elimina la incredulidad de tus ojos, sé que no me has llamado para que te ofrezca un discurso filosófico, ni para que te recomiende temperancia. Eres un cabrón ansioso, te consumes en tu inconstante e insaciable hambre por la vida, eso será tú perdición, un día. Pero antes de que ese día llegue, sé que eres capaz de grandes cosas y siento curiosidad por verte en acción. Tranquilo. Jajajaja. Te daré un remedio para tus pesares. Jajajaja.
La risa profunda y limpia del Dr. Strangelove retumba en la habitación. Lobo de Bar se sirve un Wild Turkey expectante, sin perder de vista al viejo patafísico. Observa cómo apaga la televisión y enciende el tocadiscos. Suena When the music is over. El doctor, con el vaso en la mano, da un paso hacia delante, dos hacia atrás, inicia un baile que no se aprenderá en ninguna escuela: lento, inarmónico, demencial, y se enciende un habano. Al ver la mirada sorprendida de Lobo de Bar vuelve a reír estruendosamente. Se pone unas gafas de sol. Salta. Gira sobre sí mismo. Se mueve como un chamán de otro continente y de otro tiempo, otro salto, comienza a desfilar a trompicones y Lobo de Bar espera que forme círculos, pero lo que dibuja en el suelo es la figura de una mano con todos los dedos recogidos salvo el corazón, enhiesto.
De súbito, precisamente sobre la punta del imaginario dedo corazón aparece un pilar en llamas y, sobre él, San Bukowski en la postura del loto, rodeado de doce tardoadolescentes voladoras con los pechos al aire que vierten oporto en su gaznate y le acarician. Con un gesto sutil de su mano ordena a sus angelicales groupies que dejen de ofrecerle bebida y se centren en sus afectuosos tocamientos para poder hablar.
- Buenas noches Dr. Strangelove, buen amigo, buenas noches Lobo de Bar, fiel y más que digno seguidor - dice.
- Me alegro de verte San Bukowski, y siento interrumpir tu etílico reposo eterno – responde Strangelove.
- Sin ceremonias, doctor.
- Has empezado tú, jajaja.
- Mea culpa entonces.
El Dr. Strangelove sonríe y se sienta en una silla destartalada.
- Verás. Supongo que los inconmensurables placeres de los que disfrutas en tu gozosa vida eterna han impedido que prestes atención a las últimas vivencias de nuestro colega aquí presente, Lobo de Bar.
- ¿A qué te refieres? Es verdad que muero rodeado de distracciones, pero no soy ajeno a las múltiples y memorables aventuras de este canalla – guiña el ojo al interfecto.
- Últimamente, este intrépido goliardo anda algo alicaído. No encuentra alicientes, cree que lo ha vivido casi todo.
- Jajaja. Lobo de Bar, cierto es que has vivido mucho. Has sido campeón mundial de alcoholismo, subiste los cinco puntos del Machu Picchu en un solo día, has amado a muchas mujeres, te cargaste a Batman en buena lid después de atravesar un desierto, diste el segundo mejor discurso de boda de la historia… pero me sorprende que estés tan decaído. Puedes llegar mucho más lejos. Tienes imaginación.
- San Bukowski, es cierto que mis borracheras me han llevado por caminos inimaginables para la mayoría y que me he divertido y disfrutado como pocos. Sin embargo, últimamente he sufrido varias juergas rutinarias e insatisfactorias.
- Te comprendo Lobo de Bar, yo también he pasado por eso, y el Dr. Strangelove, claro, por eso se ríe, y muchos otros, pero eso ya lo sabes, y si el Dr. Strangelove me ha invocado, es seguro porque necesitas un revulsivo. ¿Me equivoco doctor?
- En aboluto.
- Jajaja, lo sabía. Refrescadme la boca, huríes, ya apenas noto el sabor del oporto en mis fauces – las ángeles satisfacen sus deseos - . Bien, Lobo de Bar, pues aquí está mi reto, y no será un reto único sino múltiple, porque hoy me siento deudor de los clásicos y, como a Heracles, te voy a encomendar doce pruebas para que demuestres tu valía y para darte la oportunidad de obtener un lugar a mi lado en el nirvana.
- Eres el puto amo, San Bukowski.
- No te emociones tanto, Lobo de Bar, vas a sudar whisky y, si fallas, fenecerás en el anonimato de los bebedores vulgares.
- Desconozco el miedo ante retos de este cariz.
- Jajaja. Nunca te has enfrentado a un reto como éste.
- ¿Qué tengo que hacer, idolatrado San Bukowski? Me inflamo de ganas por comenzar.
- Entonces ya hemos conseguido algo: matar al spleen.
- ¡Por Satán! ¿Qué tengo que hacer?
- Respira goliardo. Te lo digo ya. Si quieres tener plaza a mi vera en el paraíso debes viajar a algún sitio no pisado por el tío Matt, robar los gayumbos de Pablo Iglesias, vencer en una carrera a Usain Bolt, follarte a una pija, matar a un animal mitológico, hacer llorar a Spiderman, limpiar los establos y la sonrisa de Carlos Baute, visitar el inframundo y volver, establecer un récord Guinness absurdo, recuperar la amistad de Splinter, asistir impasible a un concierto de Gogol Bordello y recitar de memoria el poema de Mio Cid en castellano antiguo y borracho.
- No es poca tarea.
- ¿Te amilanas?
- En absoluto. ¿Cómo certificaré mis hazañas? ¿Estarás tú, San Bukowski, vigilando omnipresente?
- Para nada. Tengo mucho que hacer y no eres tan importante. El espectro de Miss Howley, la cronista de los chochomiles, se encargará de certificar tus éxitos.
Mira Lobo de Bar hacia el Dr. Strangelove, que asiente. El goliardo respira hondo e, inhibido por el ansia, prosaicamente, dice:
- Manos a la obra.
Lobo de Bar, un bigardo de más de doscientas libras cercano a la treintena, con barba y aspecto cimarrón, no atiende a las noticias. Apenas consigue mantener la conciencia y todo el esfuerzo del que es capaz su castigado cuerpo lo dedica a sostener en la mano un vaso medio vacío de whisky barato, con los hielos ya diluidos, hasta que sus dedos comienzan a ceder y aflojan la presa, la cual termina cayendo al suelo. No se rompe el vaso, mas el ruido del impacto le despeja y ve cómo el licor de baja calidad y sin embargo preciado se derrama por la alfombra.
El goliardo se pone en pie, tambaleante, y blasfema:
- Me cago en el cordero de Dios, las vacas sagradas de la India – esto quizá por la influencia en su inconsciente del reporte de informe semanal –, el toro apis y todos los gatos de Egipto.
Para Lobo de Bar, el desaprovechamiento de cualquier gota de licor, por muy funesto que éste sea, constituye una ignominia, y en un momento de agudo pesar cercano a la depresión como el que vive, se transforma en una tragedia. Se rasga las vestiduras, grita amargamente, clama a los cielos, vuelve a la mecedora y adopta una postura deudora del pensador de Rodin, aunque cargada de pesadumbre. Cuando colige su sobreactuación se reprende con dureza: no es su estilo. Consigue sobreponerse, recoge el vaso vacío del suelo y se arrastra hasta el mueble bar para rellenarlo con el nefasto whisky que le queda tras una borrachera demente arrastrada durante días, el whisky que trajo un mal amigo como aportación para la fiesta que inauguró hace ya casi una semana su más reciente espiral autodestructiva.
Tremoso, da un sorbo al brebaje, y no puede reprimir un gesto de disgusto al apreciar su nefando sabor, distinguible incluso para su paladar enajenado por seis días de abuso compulsivo de alcohol, drogas y tabaco en sus más variadas representaciones.
Atraviesa la ventana con la mirada. Al otro lado aparece la noche. Desorientado, baja sus ojos. Viendo el balcón recuerda una miniserie italiana en la que uno de sus protagonistas se arroja inopinadamente al vacío en nochevieja, mientras los fuegos artificiales salpican el cielo. Hoy no hay fuegos artificiales, tampoco estrellas, apenas luce la luna, oculta entre tenebrosas nubes.
Sus pensamientos son demasiado negativos, quizá necesite ayuda. Coge el teléfono. No va a llamar al teléfono de la esperanza. Tampoco pedirá al teletienda el libro “Fuerza para vivir”, que promocionaba en surreales anuncios Donato Gama da Silva. Piensa en llamar a alguno de sus amigos. Duda antes de marcar un número. Los mejores goliardos de su generación cayeron en las redes de la insania, y los demás, es decir, la mayoría, se han adocenado en vidas previsibles y tranquilas. Ya no responden a los requerimientos de sus viejos colegas. Probablemente dominados por su espíritu sobreviviente han dejado atrás las experiencias al límite para convertirse en buenos maridos y en buenos padres, en individuos respetados o cuando menos admitidos en la sociedad biempensante que antes detestaban. Como el Príncipe Hal pero en cutre.
Por fin, marca el teléfono del Dr. Strangelove, hombre de avanzada edad y remarcable degeneración, crítico de cine, experto en sexo tántrico y patafísico nuclear, mentor y apoyo para todos los goliardos del mundo.
El Dr. Strangelove acude raudo a la cueva de Lobo de Bar. Domina la estancia con su larga figura – más de metro noventa – y su carisma de hombre viajado, misterioso y buen conversador. Ha traído refuerzos: dos botellas de Wild Turkey. Se sirve en un vaso que ha rescatado de la fregadera. Lobo de Bar le observa a contraluz, hipnotizado por el aura de su deslumbrante melena blanca.
- Tu resaca es grave – dice el sabio – tanto que no consigues mitigarla con el renovado flujo de alcohol de tu sangre, y te está abismando en pensamientos oscuros.
- Doctor, lo sé. Es cierto que en los últimos seis días me he excedido en la matanza de neuronas y mi sufrido cuerpo protesta. Sin embargo, esta desazón no es nueva. Hace mucho que siento una grave pérdida de ilusión y de esperanza. Mis borracheras ya no son lo divertidas que eran, y las resacas resultan cada día más letales en lo anímico.
- No eres un amateur, Lobo de Bar. Sabes que la vida tiene sus altibajos, más acusados para dipsómanos como nosotros. Ahora estás en el nadir. Eres un crápula y siempre has sabido disfrutar de la vida. Confía en ti mismo. Llegarán tiempos mejores.
- Tus palabras no me ofrecen consuelo. Te comprendo, sé que tienes razón…
- …pero eres impaciente.
- Sí, y no sólo eso, también siento que he probado ya todos los cálices.
- Eso es mucho decir.
- He visto amanecer más de mil veces tras noches de farra de lo más bizarro, en los cinco continentes, he admirado infinidad de maravillas de la naturaleza y del arte de los hombres, no he sido ajeno a los más variados placeres de la carne…
- Has visto naves de ataque en llamas más allá de Orión, Rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Jajaja. Conozco tu vida y obras, Lobo de Bar, y son notables, sin duda, pero siempre hay algo más.
- ¿El qué?
- Cada experiencia, cada borrachera, cada viaje, cada mujer, son nuevas e irrepetibles.
- …
- Tranquilo, Lobo de Bar, elimina la incredulidad de tus ojos, sé que no me has llamado para que te ofrezca un discurso filosófico, ni para que te recomiende temperancia. Eres un cabrón ansioso, te consumes en tu inconstante e insaciable hambre por la vida, eso será tú perdición, un día. Pero antes de que ese día llegue, sé que eres capaz de grandes cosas y siento curiosidad por verte en acción. Tranquilo. Jajajaja. Te daré un remedio para tus pesares. Jajajaja.
La risa profunda y limpia del Dr. Strangelove retumba en la habitación. Lobo de Bar se sirve un Wild Turkey expectante, sin perder de vista al viejo patafísico. Observa cómo apaga la televisión y enciende el tocadiscos. Suena When the music is over. El doctor, con el vaso en la mano, da un paso hacia delante, dos hacia atrás, inicia un baile que no se aprenderá en ninguna escuela: lento, inarmónico, demencial, y se enciende un habano. Al ver la mirada sorprendida de Lobo de Bar vuelve a reír estruendosamente. Se pone unas gafas de sol. Salta. Gira sobre sí mismo. Se mueve como un chamán de otro continente y de otro tiempo, otro salto, comienza a desfilar a trompicones y Lobo de Bar espera que forme círculos, pero lo que dibuja en el suelo es la figura de una mano con todos los dedos recogidos salvo el corazón, enhiesto.
De súbito, precisamente sobre la punta del imaginario dedo corazón aparece un pilar en llamas y, sobre él, San Bukowski en la postura del loto, rodeado de doce tardoadolescentes voladoras con los pechos al aire que vierten oporto en su gaznate y le acarician. Con un gesto sutil de su mano ordena a sus angelicales groupies que dejen de ofrecerle bebida y se centren en sus afectuosos tocamientos para poder hablar.
- Buenas noches Dr. Strangelove, buen amigo, buenas noches Lobo de Bar, fiel y más que digno seguidor - dice.
- Me alegro de verte San Bukowski, y siento interrumpir tu etílico reposo eterno – responde Strangelove.
- Sin ceremonias, doctor.
- Has empezado tú, jajaja.
- Mea culpa entonces.
El Dr. Strangelove sonríe y se sienta en una silla destartalada.
- Verás. Supongo que los inconmensurables placeres de los que disfrutas en tu gozosa vida eterna han impedido que prestes atención a las últimas vivencias de nuestro colega aquí presente, Lobo de Bar.
- ¿A qué te refieres? Es verdad que muero rodeado de distracciones, pero no soy ajeno a las múltiples y memorables aventuras de este canalla – guiña el ojo al interfecto.
- Últimamente, este intrépido goliardo anda algo alicaído. No encuentra alicientes, cree que lo ha vivido casi todo.
- Jajaja. Lobo de Bar, cierto es que has vivido mucho. Has sido campeón mundial de alcoholismo, subiste los cinco puntos del Machu Picchu en un solo día, has amado a muchas mujeres, te cargaste a Batman en buena lid después de atravesar un desierto, diste el segundo mejor discurso de boda de la historia… pero me sorprende que estés tan decaído. Puedes llegar mucho más lejos. Tienes imaginación.
- San Bukowski, es cierto que mis borracheras me han llevado por caminos inimaginables para la mayoría y que me he divertido y disfrutado como pocos. Sin embargo, últimamente he sufrido varias juergas rutinarias e insatisfactorias.
- Te comprendo Lobo de Bar, yo también he pasado por eso, y el Dr. Strangelove, claro, por eso se ríe, y muchos otros, pero eso ya lo sabes, y si el Dr. Strangelove me ha invocado, es seguro porque necesitas un revulsivo. ¿Me equivoco doctor?
- En aboluto.
- Jajaja, lo sabía. Refrescadme la boca, huríes, ya apenas noto el sabor del oporto en mis fauces – las ángeles satisfacen sus deseos - . Bien, Lobo de Bar, pues aquí está mi reto, y no será un reto único sino múltiple, porque hoy me siento deudor de los clásicos y, como a Heracles, te voy a encomendar doce pruebas para que demuestres tu valía y para darte la oportunidad de obtener un lugar a mi lado en el nirvana.
- Eres el puto amo, San Bukowski.
- No te emociones tanto, Lobo de Bar, vas a sudar whisky y, si fallas, fenecerás en el anonimato de los bebedores vulgares.
- Desconozco el miedo ante retos de este cariz.
- Jajaja. Nunca te has enfrentado a un reto como éste.
- ¿Qué tengo que hacer, idolatrado San Bukowski? Me inflamo de ganas por comenzar.
- Entonces ya hemos conseguido algo: matar al spleen.
- ¡Por Satán! ¿Qué tengo que hacer?
- Respira goliardo. Te lo digo ya. Si quieres tener plaza a mi vera en el paraíso debes viajar a algún sitio no pisado por el tío Matt, robar los gayumbos de Pablo Iglesias, vencer en una carrera a Usain Bolt, follarte a una pija, matar a un animal mitológico, hacer llorar a Spiderman, limpiar los establos y la sonrisa de Carlos Baute, visitar el inframundo y volver, establecer un récord Guinness absurdo, recuperar la amistad de Splinter, asistir impasible a un concierto de Gogol Bordello y recitar de memoria el poema de Mio Cid en castellano antiguo y borracho.
- No es poca tarea.
- ¿Te amilanas?
- En absoluto. ¿Cómo certificaré mis hazañas? ¿Estarás tú, San Bukowski, vigilando omnipresente?
- Para nada. Tengo mucho que hacer y no eres tan importante. El espectro de Miss Howley, la cronista de los chochomiles, se encargará de certificar tus éxitos.
Mira Lobo de Bar hacia el Dr. Strangelove, que asiente. El goliardo respira hondo e, inhibido por el ansia, prosaicamente, dice:
- Manos a la obra.
1 comentario:
¡Qué bueno tenerte de vuelta!
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